lunes, 20 de noviembre de 2006

Inocente

Una de las letras más brutales que he escuchado nunca.......Fangoria, claro


Éramos transparentes, éramos transparentes los dos
como el agua de la lluvia, que golpea la ventana

éramos tan fuertes, éramos tan fuertes los dos
que creímos que nada dolía, que creímos que no moriría
¿Dónde fue todo eso a parar? ¿Cuándo se empezó a estropear?

Quiero ser inocente, prácticamente inconsciente, para creer que podría tenerte a mi lado eternamente

Éramos tan perfectos, éramos tan perfectos tú y yo
que apostábamos y jugábamos, a parecer como el resto

Éramos tan valientes, éramos tan valientes tú y yo
que retamos al mismo diablo, a atreverse algún día a separarnos.
¿Dónde fue todo eso a parar? ¿Cuándo se empezó a estropear?

Quiero ser inocente, prácticamente inconsciente, para creer que podría tenerte a mi lado eternamente
Quiero ser inocente, prácticamente inconsciente, para creer que podría quedarme a tú lado eternamente

Creíamos que éramos tan diferentes, que nuestro amor iba a ser para siempre,
que nunca nos pasaría como a la gente, que no acabaría, que nunca te irías.
¿Dónde fue tu buena voluntad? ¿Cuándo me empezaste a engañar?


Quiero ser inocente, prácticamente inconsciente, para creer que podría tenerte a mi lado eternamente
Quiero ser inocente, prácticamente inconsciente, para creer que podría quedarme a tu lado eternamente
A tu lado eternamente

jueves, 16 de noviembre de 2006

La tortuga y el caimán

Mira que empezar algo es difícil.

Os contaré una historia que pasó hace ya muuucho tiempo: Había una tortuga, que se llamaba Azul, que iba siguiendo a un caimán, que se llamaba Nilo. Ahora diréis ¿pues cómo va a seguir una tortuga a un caimán? Pues eso digo yo, de ninguna manera.

Así que claro, la tortuga no podía seguirle el ritmo, y el caimán se acercaba y se alejaba a su antojo, zarandeando a la pobre Azul que acababa casi siempre medio mareada y desorientada de la meta y volviendo a la casilla de inicio una y otra vez, mientras que el cuchispillas de Nilo iba y volvía cientos de veces, sin tregua, y nunca parecía cansado.

La tortuga y el caimán se fueron alejando mutuamente, como no podía ser de otra manera, porque la meta que Nilo había alcanzado tantas veces se le volvió aburrida y tediosa y comenzó a zigzaguear por senderos tortuosos, a los que nuestra pobre tortuga no podía acceder, salvo riesgo de quedarse atrapada y otra cosa no, pero lo que sí era Azul era equilibrada y con las patitas en la tierra, como debe ser toda buena tortuga que se precie.

Pasaron muchos inviernos sin encontrarse, tantos como diez, hasta que los intrincados caminos que había tomado el caimán se convirtieron en un laberinto que un buen día fue a parar adonde había llegado la tortuga, despacito pero en línea recta. En un primer momento se sorprendieron de verse. También se fijaron en los cambios: Azul tenía el caparazón más resistente que entonces y Nilo tenía ciertos zarpazos en su piel de reptil pero se reconocieron de inmediato.

Se miraron. Volvió a empezar el juego.
De repente los dos habían vuelto a la casilla de salida.

No sé cómo termina esta historia; si alguien conoce el final, que me lo cuente.